jueves, 18 de agosto de 2011

(I) Érase una vez un castillo...

En el que vivía una gran familia, que constaba de los Reyes, su heredero, el segundo hijo (por si las moscas) y tres hijas menores. Además en el castillo también estaban otros miembros de la gran familia: primos, tíos... e inclusio algún amigo de la familia se había convertido en habitante indefinido del castillo.
Dentro de esta cantidad de personas (no nos olvidemos de los incontables trabajadores) la pequeña princesa Lilith se sentía siempre sola y encerrada. Era la pequeña de los cinco príncipes y por tanto la más olvidada, así que en principio tenía mas libertad pero no la suficiente. Ya desde que era una simple niña soñaba con todo aquello que había fuera de su casa. Esperaba poder salir algún día de ese castillo convertido en cárcel.

Al cumplir los 16 años decidió que ya estaba cansada. Se iría al bosque, dónde por fin podría reunirse con todos aquellos seres que siempre escuchaba hablar lejanamente desde los jardines. Podría conversar con esos pájaros que cuando pasaban de visita le hablaban de parajes de ensueño y frutos que aquí no podría encontrar. Y así comenzó su viaje a la libertad, guiada por dos gorriones y un pequeño ciervo.

El viaje duró semanas y se convirtió en un camino de enseñanzas, en el que los animales le enseñaron a Lilith cómo vivir en el campo, cómo conseguir ropa y sedas, de dónde sacar la comida y sobre todo cómo comunicarse con cada una de las múltiples especies que se encontraría.
Por fin llegó a un paraje del que le habían hablado los pajaros que visitaron el castillo. Era precioso, único. Un pequeño río cruzaba un lateral y parecía formar un recodo perfecto para bañarse. además había también un árbol enorme en el que podría contruir una hermosa casa donde protegerse del tiempo. Y eso hizo, con la ayuda, claro, de todos los animales que la habían conocido en el camino.


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